9/5/09

Conducción responsable

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Un sábado por la tarde como todos los sábados por la tarde. Después de comer, unos minutos de descanso, quizás en duermevela, dirigidos por los efectos de una menta poleo caliente que sorbo a sorbo pasó de la taza al cuerpo. Después, un pequeño paseo, en coche, hasta llegar a la cafetería de costumbre, donde, acompañado de un buen libro, despejo las ensoñaciones de la tarde con un café caliente.

Las palabras reflejan paz y sosiego. Demasiado bucólico. Falta algún adjetivo que modifique la paz y el sosiego para dejar un sabor de boca con regusto ácido. El adjetivo, es un hecho. Cojo el coche, esta vez, de regreso a casa. Todo parece ir bien. Poco tráfico, que donde vivo, una pequeña y hermosa isla, es costumbre a estas horas y en un día como el de hoy. Comienza la acidez: se acerca una placa que dice, “STOP”. Una señal clara donde las haya, octogonal, ni triangular ni circular. La única en su forma. Fijaos en que existen muchas circulares y varias triangulares, incluso rectangulares, pero sólo una es octogonal. ¿Un capricho de la norma? No. Tiene su explicación. Es una señal tan importante, que se diseñó así para que en caso de que algo la cubriese, como una nevada, por ejemplo, se pudiera atisbar que ante lo que estamos es un “STOP”. Recuerdo que mi profesor de teoría en la autoescuela nos decía que saltarse esta señal  era motivo para quitar de por vida la licencia de conducir. Y no le faltaba razón. Un “STOP” hay que hacerlo SIEMPRE. “Pero si es que no venía nadie…”. No, señor mío, no. Si hay un “STOP”, usted tiene que detener su vehículo, y una vez se ha asegurado de que no viene ningún automóvil tanto por su derecha como por su izquierda, entonces, sólo entonces vuelva usted a reiniciar su marcha. En el caso en que tengamos delante a otros vehículos, y cuando estos hayan abandonado el “STOP”, al llegar a la señal o donde se tenga que parar para asegurar una buena visibilidad, pararemos, detendremos nuestro vehículo, y retomaremos nuestra marcha cuando nos lo permita la circulación. Lamentablemente, “STOP” no significa lo mismo para todos.

El sabor acre me lo ha proporcionado un analfabeto de la conducción (quizás, y con toda seguridad por su posterior comportamiento, analfabeto funcional). Un “STOP”. Detengo mi vehículo. Me aseguro que puedo continuar mi marcha. Continuo. Quien me seguía –el analfabeto de la conducción—, no se detiene, no hace el “STOP”, y además, acelera, con lo que casi consigue colisionar por alcance. Llega una segunda oportunidad. Un nuevo “STOP”. Mismo comportamiento por mi parte, mismos rebuznos y aceleraciones por la suya, con el consiguiente riesgo de colisión. Para demostrar lo “macho”que es el “hombre”, me adelanta, y claro, frena bruscamente para que me percate de lo burro que es –cosa que no hacía falta, saltarse un “STOP” ya es buen indicador de tal esencia o estado, y con perdón del équido. Aún así, no tuvo bastante nuestro eslabón perdido—con perdón de nuestros antepasados—, y tenía tanta prisa nuestro “experto” conductor que condujo lentamente, frenando esta vez sí y la otra también –las prisas, mire usted por dónde, se habían esfumado—,  en una carretera en la que, además, es peligrosa la práctica del adelantamiento. Lástima que en ese preciso instante no estuviera la Guardia Civil en uno de sus controles rutinarios. Como este personaje puedo contar cientos, si no miles.

Vivimos tiempos difíciles, de crisis, como decimos todos ahora y antes algunos la negaban. La conducción es un reflejo de nuestra forma de ser. Y estos comportamientos no hacen más que proyectar la decadencia en la que ha entrado nuestra sociedad. No tengo un sabor ácido en la boca por este “ser”, suma de carne, huesos, vísceras, líquidos y dos ojos. Me queda un mal sabor de boca por experimentar día a día el declive de nuestra civilización a través de escenas como ésta, comportamientos como esos. Gracias a Dios todavía quedan personas que pueden ser llamadas como tales, y que son las que te animan a seguir trabajando por esta sociedad simplemente correspondiendo a la misma con respeto y trabajo. Es una lástima que algunos, o muchos, más bien creo que muchos, piensen que “como Dios probablemente no exista” pues… ¡Qué Diablos (nunca mejor utilizada esta expresión)!, a hacer lo que nos plazca. Ignorantes que sin saberlo son esbirros del Caos. Pues, mis queridos amigos, sabed que aquel que vaya en contra del Orden Divino –expresión que no tiene nada que ver con ninguna religión—va en su propia contra; y si no tiene capacidad para corregir su rumbo llegará un momento, desde luego inesperado, en que la vida le mostrará el rumbo a seguir con el mismo sabor acre que dejó en todos aquellos que sí respetamos un “STOP”.

P.D.

Olvidé mencionar a todos aquellos amantes de inundar nuestros pabellones auditivos con sus mira-qué-equipo-de-música-más-hortera-imposible-y-ruidoso-no-faltaría-más he instalado en mi vehículo. Y por si aún no fuera bastante, y en su afán por fastidiar, incordiar, molestar y proclamar a los cuatro vientos lo palurdo que se puede llegar a ser, dejan los motores de sus vehículos encendidos cuando aparcan, aumentando así su contribución a la contaminación acústica y consiguiendo ser partícipes en cualquier clase de contaminación medioambiental en la que podamos pensar.

Estamos en crisis porque la sociedad está en crisis. La pena es que la humanidad está tan ciega que sólo una gran catástrofe podrá ser la puerta hacia un nuevo paradigma. Aún estamos a tiempo para conseguir un cambio amable si seguimos un comportamiento cívico. Y una excelente manera de lograrlo es aplicarlo cada vez que entremos en nuestros vehículos y los pongamos en marcha.