27/6/10

¡Soy un orgulloso amigo de Israel! ¿Lo eres tú?

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Creo, sin temor a equivocarme, que desde que este blog comenzó su andadura a través de las incontables unidades de información que segundo tras segundo navegan por la archiconocida red Internet, el enlace a la página I’m a proud friend of Israel! Are you??? se ha mostrado con orgullo y humildad ofreciendo a todos los que han descargado estas líneas en sus pantallas, bien por despiste, bien por recomendación, bien por interés y/o curiosidad, bien por cualesquiera sea la causa, , una puerta al conocimiento de nuestro querido y hermano pueblo de Israel.

Diariamente aparecen en los periódicos y telediarios noticias a favor y en contra de Israel, muchas más en contra que a favor. Es relativamente sencillo tergiversar y manipular los datos cuando el receptor no posee la suficiente información para realizar una valoración objetiva de los mismos. Imágenes, palabras huecas, grandilocuentes y sonoras, confluyen para dirigir y controlar.

Mis palabras no pretenden aunar esfuerzos en aras de alcanzar una meta. Sólo quieren despertar y animar al receptor de las noticias, para que además sea crítico e imparcial, ayudando a que éstas sean claras, y no translúcidas.

Recomiendo, entre otras publicaciones, la lectura de los estudios y ensayos de Matthew Levitt, quien fuese subsecretario adjunto de Inteligencia y Análisis en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Una nueva puerta al conocimiento y a la verdad.

24/6/10

Un inciso

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Sin ser incisivo, y antes de arreglarme un poco para la cita que tengo con Don Pasquale, dejadme deciros, no sin antes mostrar una merecida disculpa, que de los comentarios se han marchado para no volver, o para no aparecer, las famosas letras de verificación.

Y yo sin saber que las susodichas más que filtrar, impedían, pues existía un conflicto entre ellas y mi pequeñita presencia, al fondo de la página, en la que, acompañado de mi poto y mi portátil, intento averiguar qué me deparará el futuro en los próximos mil nanosegundos (si miro más allá corro el riesgo de equivocarme); no quiero decir que como adivino tenga aún mucho que aprender, que lo tengo, pero es que mi sentido del humor me provoca.

Y como siempre casi pierdo el hilo. No fue este aprendiz, buen alumno, de adivino quien descubrió tal osadía alfabética, sino una persona muy especial (y además, muy atractiva, aunque seguro que volveré a ser calificado de adulador) quien, tras un viaje en el tiempo, me advirtió del asunto. Por tanto, asunto zanjado.

Así que, mis queridos lectores, asiduos y no tanto, fieles seguidores y esporádicos, os conmino a compartir vuestras palabras en este espacio, que es el vuestro, que os aseguro que, a partir de ahora, gracias a la inteligencia, la simpatía y la belleza, será más amable y placentero el dejar vuestros pensamientos y ocurrencias. ¿Quién inaugura la nueva temporada?

21/6/10

La flecha del tiempo

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Cita el doctor Brian Greene en The Fabric of the Cosmos. Space, Time and the Texture of Reality al astrofísico británico Sir Arthur Eddington y su teoría de la “flecha del tiempo”, en una introducción ligera, audaz, de nuestra percepción del tiempo.

Estamos tan acostumbrados a que el día tiene 24 horas, y que las mismas están distribuidas en paquetes discretos, que diferirán unos de otros dependiendo de la tarea destinada a ese día, que transcurrimos inconscientes a lo largo de las mismas y de los mismos, sin tener plena consciencia de lo que es el pasar del tiempo. Y si no, fijaos. ¿Qué son 24 horas? 1440 minutos. Y, ¿qué son 1.440 minutos? 86.400 segundos. Puesto que la medida se hace incómoda para distribuir un día en minutos, y no digamos en segundos, acudimos a una unidad más grande, y de ahí las horas. Sabemos perfectamente qué son 24 horas, pero… si negociando las cláusulas de un contrato, el entrevistador nos espetara que tendríamos una jornada laboral de 144.000 segundos, ¿firmaríamos sin más, una vez revisadas las condiciones económicas?

Bien, ahora, cambiemos nuestra perspectiva. Y quizás este párrafo pueda sólo servir a aquellos que acudan a un gimnasio habitualmente. Bicicleta estática. Nuestro entrenador nos encomienda la sudorosa tarea de pedalear durante 15 minutos a buen ritmo… ¡Dios mío, si acabo de tomarme el postre! De acuerdo, puede ser un poco duro. Rebajemos el listón. Abdominales (no sé qué son peor). Dejémoslo en dos minutos de abdominales. ¿Que todavía parece mucho? De acuerdo. Un minuto. Un minuto concentrando nuestras abdominales (seguro que me sacan en el próximo capítulo de mi culebrón favorito con el torso al aire). Un minuto, nuestro abdomen al rojo, echando chispas. Un minuto que es una eternidad. Pero, entrenador, ¿cuándo se acabará este martirio?

Sigamos retorciendo nuestro punto de vista. Hagamos un largo viaje hacia atrás en el tiempo. Empieza a hacer calor, ¿verdad? Claro, nos estamos acercando a la gran expansión, mejor dicho, supuesta gran expansión. Está todo tan condensado que es difícil distinguir unas partículas (que no son tales, pero dejemos este asunto para otra entrada) de otras, y el calor se hace ya tan insoportable que ni el jarro de agua fría de la reforma laboral es capaz de calmar nuestro sofoco. Pero el tiempo está tan aglomerado a su vez que los segundos parecen siglos, y por ello somos capaces de observar, maravillados, cómo en el entorno temporal que existe entre 0,000000000001 y 0,0000000000000000000000001 segundos la temperatura ha aumentado o disminuido, dependiendo del sentido de nuestro viaje, la friolera (aunque este sustantivo con aires de calificador no sea precisamente el adecuado) de diez billones de veces. ¡Qué relativo que es el tiempo!

Hace dos fines de semana tuve un reencuentro con mis compañeros de colegio. Imágenes de hace 25 años pasaban por mi registro una tras otra, simultáneas, pisándose los talones. Miradas que han pasado por 25 años de experiencias volvieron a la inocencia de una adolescencia repleta de ilusiones, fantasías y proyectos. Abrazos, besos, risas, recuerdos, palabras escritas en el aire que volvieron a volar y cruzar nuestros sentidos. En cierto sentido, fue como cruzar el espacio-tiempo a través de un portal en el corazón. Sentimientos dormidos que despertaron, escenas imborrables que cobraron vida.

En Programación Neurolingüística acudimos a una herramienta llamada “anclaje” con el objetivo de volver a un estado de conciencia, o consciencia, como prefiráis, en el que nos sentimos conectados con nosotros mismos, y por tanto, capaces para desarrollar aquella actividad que nos bloquea en el estado actual.

Y es que el tiempo es una ilusión, y como tal, podemos manipularla a nuestro antojo. Quizás, con un buen “anclaje”, pero de ello hablaremos dentro de muchos, muchos segundos.