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29/8/11

Los colores y su influencia

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El aeropuerto de la isla de La Palma, donde de momento resido (y escribo de momento porque todo en esta vida es efímero y siempre hay que estar abierto, dispuesto y receptivo a los cambios), acaba de abrir su nueva terminal, permitiendo así que la antigua pueda experimentar lo efímera que es la vida. Si bien hay que reconocer que las vistas que ofrece son magníficas, espectaculares (la isla es un recreo para los sentidos), la sensación que uno experimenta al acceder a la misma es de oscuridad. Parece una contradicción, que un edificio en el que sus paredes están construidas con vidrio de seguridad en prácticamente todo su perímetro, que gracias a las mismas la luz accede con generosidad a su interior, y sin embargo da la sensación que un velo oscuro cubre toda la edificación, incitando a sus transeúntes y personas allí destinadas a tomar el camino de la introspección y el desánimo. Hay una explicación, fácil, y muy clara. El color empleado para el acabado de su interior.

Básicamente, ¿qué somos? Pues, muy sencillo, somos vibración. Existimos porque vibramos, y porque lo hacemos en una determinada frecuencia nos hacemos visibles en el espectro tridimensional de la forma en la que nos percibimos. Así mismo, todo lo que nos rodea e interfiere con nosotros es, también, vibración. Todo. Absolutamente, todo. Sí, tenemos una función de onda asociada, sí. Y sí, el universo cuántico no está tan alejado como piensan algunos, o que el mismo es de tal esencia que no interfiere en lo más mínimo en nuestro percibido universo. Gracias a que somos vibración, podemos utilizar el poder de ser creadores, porque sí, somos co-creadores. Y sí, la teoría de las cuerdas y supercuerdas está estrechamente relacionada con la propiedad de todo ente que forme parte de este universo, o de otros, porque sea cual sea en todos ellos se dará la siguiente máxima, de que todo, todo, es vibración.

Vas por el buen camino al pensar que los colores también son vibración. Recuerda aquello del espectro electromagnético; los colores no son más que una estrecha banda del mismo, la que denominamos visible. Nuestro cuerpo físico es capaz de percibir una pequeña muestra de todo el espectro electromagnético. Seríamos capaces de aumentar esa percepción, si tuviésemos la fe de que somos capaces, pero esto es motivo de otra entrada, y de otras reflexiones. Quiero centrarme en el espectro luminoso que diariamente percibes, y que cuando llueve y hace sol, contemplas absorto y maravillado.

Colores_Autor_Álvaro Martínez Sánchez

Nuestra elección de los colores va a influir en nuestra salud, en nuestro estado de ánimo. Si nos atenemos exclusivamente a su significado físico, según sea el color de vibración más o menos alta provocará en nuestro cuerpo, receptivo a las mismas, una respuesta al mensaje que tal o cual color le envía.

Vamos más allá. Normalmente percibimos lo que es el cuerpo físico en sí. Ya no lo es tanto que seamos conscientes de los cuerpos sutiles que lo rodean, de sus centros de energía principales y secundarios, de las interacciones electromagnéticas que nuestro cuerpo constantemente experimenta.

Puesto que es tan importante la elección del color, también lo será si éstos estarán destinados a decorar las habitaciones de tu casa, los interiores de un edificio público, o conjuntados de una manera u otra a la hora vestirnos. Unos ejemplos son más permanentes que otros, por lo tanto, hemos de tener cuidado y atención.

Podríamos decir, en general, que el rojo nos alterará y provocará en nuestro sistema vital una respuesta impulsiva, expansiva, energética. El naranja favorecerá nuestras relaciones y aspiraciones, nuestros objetivos y metas. El amarillo hará que nuestra mente funcione utilizando mejor sus recursos. El verde nos proporcionará paz, salud, y conexión con La Tierra. El azul nos tranquilizará, y será un depresor de nuestros estímulos. El índigo favorecerá nuestra visión real. Y el violeta nos unirá con los planos espirituales elevados.

Si has puesto atención, habrás observado que acabo de realizar un recorrido por los colores del arcoíris, el espectro que se obtiene al descomponer la luz blanca. No existe nada por casualidad. Los siete colores coinciden con aquellos correspondientes a los siete principales centros de energía de nuestro cuerpo, más conocidos como chakras (sánscrito, rueda que gira). Tenemos otros centros, pero para el objeto de esta entrada son más que suficientes.

A su vez, estos vórtices de flujo de energía están interconectados por pares, así, el primero con el séptimo, el segundo con el quinto y el tercero con el cuarto. El sexto es un comodín para todos ellos, si bien su par es el octavo o puerta a nuestra Divinidad.

Quiere decir, por tanto, que cuando elijas un vestido, traje, camisa, etc., de uno u otro color en realidad estás equilibrando o desarmonizando uno o más centros de tu sistema vital. La elección suele ser un acto inconsciente, por ello cuando nos encontramos eufóricos y alegres solemos vestir con prendas de colores vivos y atractivos a la vista, y cuando nos sentimos tristes, melancólicos o depresivos, los colores elegidos serán oscuros, sin matices, sin vida. Es muy simple; atraemos lo que tenemos, y por tanto, esta ley universal también se extiende a nuestra relación con los colores.

Si cada chakra tiene asociado un color (hay un color dominante siempre, aunque existan más en cada uno de ellos) quiere decir que al ponernos tal o cual color estaremos favoreciendo ese centro energético, y a su vez, su asociado. Si abusamos de esa combinación, podremos saturarlo y, por tanto, desequilibrarlo. Pero si jugamos sabiamente con nuestra intuición, estaremos siendo nuestros mejores consejeros y terapeutas.

¿Y qué decir de los colores de nuestras paredes? No resulta tan fácil cambiarlos con la frecuencia con que nos vestimos, ¿verdad? Por tanto, elijamos colores neutros, que ni exciten ni depriman, pero que sí impriman un ambiente cálido, acogedor, y agradable, como colores cremas muy tenues. Observad las viviendas de vuestros familiares y amigos, y ved que sentís, que experimentáis. Haceos sensibles a vuestras percepciones e intuiciones, y ved qué ocurre cuando entráis en ese o aquel local. Escuchad lo que os dice aquel edificio público, o vuestra estación de ferrocarril y aeropuerto.

Ciertamente, influyen más factores que los colores por separado. Pero sus energías son tan sutilmente importantes que inciden de forma sobresaliente en nuestro comportamiento, actitud y estado de ánimo. Daos un buen baño de color, y haceos permeables a sus influjos.

13/5/11

Programación Neurolingüística: El espacio

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Existe una cantidad enorme de publicaciones en las que las que el sintagma nominal programación neurolingüística aparece asociado a una determinada acción o cualidad, con el objetivo de adiestrar al lector en un plano concreto, de tal forma que tras la práctica se supone que el estudiante y/o practicante ha adquirido una serie de habilidades que le serán muy útiles en ese campo de interés. Teclead, sin ir más lejos, la secuencia citada en cualquier navegador, y obtendréis una más que enorme oferta de entradas en el universo de las tres uve dobles.

En otras entradas abordaré con más detalle, en un análisis minucioso, lo que esta ciencia significa. En ésta, en concreto, ofreceré una práctica manera de obtener rápidos rendimientos y útiles resultados. La toma de conciencia de nuestro espacio vital. ¿Hemos pensado alguna vez, conscientemente, de lo que verdaderamente supone nuestro espacio vital? ¿Cuántas veces habremos escuchado tal expresión como si tal cosa? Cuándo nos hablan de nuestro espacio vital, ¿sabemos a lo que se refieren? O incluso más allá, ¿saben a lo que se refieren aquellos que lo nombran?

¿Qué es nuestro espacio vital? La primera idea es un volumen en el que yo como ser vivo puedo desarrollarme como tal. Definición que a simple vista es muy simple, pero que encierra una interesante y sutil complejidad. Porque, si es un volumen (evidente, ha de serlo, somos seres de tres dimensiones), ¿tomamos este volumen como perteneciente a un espacio euclídeo, o añadiremos una dimensión más, una dimensión temporal, a modo de espacio-tiempo de Minkowski? Incluso hasta sería factible añadir alguna más, mas de momento no lograría más que provocar caos. Quedémonos, por tanto, con cuatro dimensiones, tres espaciales y una temporal. Sumemos a las dimensiones, cualidades. Sigamos. En este volumen he de desarrollarme como ser vivo. ¿Ha de ser muy grande, o muy pequeño? ¿Ocupo un espacio dentro del mismo o pertenezco al mismo? ¿Soy uno con él o configuro un elemento más de su presencia en el espacio total? ¿O es acaso el espacio total el volumen donde resido?

Imaginemos ahora una situación muy conflictiva para nosotros, un instante que se repite todos los días que nos anula como seres de luz que somos. Sí, somos luz, somos vibración, somos una suma de fotones muy compleja. Tanta luz, y sólo es necesaria la sombra del miedo para atenuarla, pues no la apaga. Regresemos a esa fatídica escena, que se repite sin descanso, todos los días. Nos levantamos, nos aseamos, desayunamos, y comenzamos nuestras tareas diarias. Tras un tiempo determinado ahí está, infatigable, omnipresente, la temida escena, el odioso papel de ser reducido a algo muy pequeñito por el poder otorgado a aquello que nos vuelve dóciles y manejables por el papel del miedo. ¿Podríamos ser capaces de inventar algo que nos permita, al menos, mitigar ese fatal destino diario? Sí, os digo que sí, lo somos, y en el párrafo siguiente os daré, no la solución, pero sí los medios para que vosotros mismos la encontréis.

Encontrad un momento de tranquilidad en vuestro agitado día. Buscad un lugar en el que sepáis que nada ni nadie os molestará, y porque siempre hay que dejar espacio para la probabilidad, deciros a vosotros mismos que cualquier elemento o persona perturbadora será bienvenido, pues ayudará en vuestro camino hacia la paz, el sosiego, la quietud, la relajación.

Ahora que has conseguido que tu cuerpo esté relajado, te sientes en paz contigo mismo, vas a comenzar un viaje a tu espacio vital; vaya, ¿acaso no estoy ya en él?, estás pensando en eso, ¿a que sí? Este viaje te lleva conscientemente a tu espacio vital. Eres capaz de sentirlo, de olerlo, de gustarlo, de visualizarlo, de escucharlo, de recorrerlo a través de tus aproximadamente cien mil millones de neuronas, más o menos, de experimentar sus energías sutiles mediante tus cuerpos no físicos. Es tu espacio vital, un lugar, si admitimos el locativo como correcto, donde estás a salvo, protegido, feliz, en paz, lleno de amor, en armonía contigo mismo y con el Universo.

Ahora, desde este espacio de amor, revive esa situación molesta que diariamente te inquieta. Desde tu espacio vital nada ni nadie puede hacerte daño. Y desde este conocimiento, dime ahora, ¿cómo ves esa escena?, ¿cómo la sientes?, ¿cuáles de tus sentidos intervienen?, ¿estás involucrado en la misma, eres un partícipe activo, o por el contrario eres nada más que un espectador, algo especial, eso sí? ¿Es estática o dinámica? ¿En colores, monocromática, o en blanco y negro? Si eres un personaje activo, ¿qué ocurre? ¿Que pasaría si te disocias de la escena y te conviertes en observador? Si eres un observador, ¿te ves a ti mismo en ella o sólo ves el resto de la misma sin tu presencia? ¿Eres capaz de percibir detalles que en la realidad no eres consciente de los mismos?

Practica en calma este ejercicio, cuando quieras y así lo quieras. Es claro que hay una segunda parte. Pero por ahora vamos a quedarnos en ésta. Si consigues dominar las pautas marcadas llegará un momento en que vas a darte cuenta de que tu percepción de todo lo que te rodea ha cambiado, y de que tu percepción de todo lo que está en tu interior también se ha visto modificada. Piensa un momento; si consigues variar cómo percibes tu espacio, ¿no significará que éste ha cambiado gracias a ti?

Os agradezco que compartáis conmigo esta maravillosa experiencia. Muchas gracias a todos.

3/9/10

El laberinto

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Recuerdo que, precisamente, eran los laberintos mis pasatiempos favoritos cuando de pequeño buscaba afanosamente la sección en la que el tiempo no contaba. Estaban los laberintos serios, para adultos, aquellos que tras su conclusión no tenías más remedio que ir a refrescarte los ojos con abundantes chorros de agua; y los no tan serios, para críos, niños y adolescentes, en los que era preceptivo ayudar a encontrar el objeto extraviado (situado en el centro del laberinto) a un desconsolado y todavía más perdido dibujito. Los laberintos siempre consiguen captar nuestra atención. Grafos humildes, empleados del entretenimiento. Mas , ¿es su desempeño actual su esencia? Sólo contemplar ancestros como aquél que es sombra de la rosa nos ilumina al respecto. Y si añadimos nuestro paso medido y meditado por sus caminos concéntricos quizás lleguemos a su verdadero porqué.

Probablemente nos cueste una vida el descubrirlo. Con total certeza hemos venido a esta realidad ficticia a desenmarañar nuestro propio laberinto, el que cada uno de nosotros somos, el que cada uno de nosotros llevamos. Ese laberinto, el laberinto que con sus muros levantados día a día con nuestros propios pensamientos nos impide llegar a ser uno con nuestro Ser. Un laberinto que, conforme se expande, contribuye a la expansión de nuestro Yo. Un laberinto que, conforme se expande, contribuye a la negación de nuestro yo. Vaya contradicción hermética, ¿verdad?

He aquí el laberinto: “No puedo… Si no fuese por… ¡No sirves para nada!… ¡Mira, él sí que sabe!… Claro, es que ha nacido en una buena familia… Yo quiero, pero es imposible… Eso no es para mí… Si tuviese más dinero, pero es tan difícil… ¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!… Más vale pájaro en mano que ciento volando… Eso es para ricos… No soy feliz… Me siento perdido… Me siento frustrado… Me siento, como en un laberinto…” ¿Quién me ayuda a seguir fabricando más muros? Vamos, es sencillo, los ladrillos son palabras, y la argamasa, pensamientos.

Es mucho más sencillo construir laberintos como el del ejemplo que salir de ellos… Pues bien, queridos amigos, tan sencillo como diseñar y crear caminos diáfanos que nos lleven a nuestro objetivo. Sólo hay que creer. Sólo hay que pensar. Sólo hay que sintonizar. Éste es tu trabajo. Podrán ofrecerte las herramientas, pero tendrás que aprender a usarlas. Podré ofrecerte mi guía, pero tú serás el móvil. Respira hondo. Vacía tu mente. Y ahora, crea tu propia realidad.

21/6/10

La flecha del tiempo

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Cita el doctor Brian Greene en The Fabric of the Cosmos. Space, Time and the Texture of Reality al astrofísico británico Sir Arthur Eddington y su teoría de la “flecha del tiempo”, en una introducción ligera, audaz, de nuestra percepción del tiempo.

Estamos tan acostumbrados a que el día tiene 24 horas, y que las mismas están distribuidas en paquetes discretos, que diferirán unos de otros dependiendo de la tarea destinada a ese día, que transcurrimos inconscientes a lo largo de las mismas y de los mismos, sin tener plena consciencia de lo que es el pasar del tiempo. Y si no, fijaos. ¿Qué son 24 horas? 1440 minutos. Y, ¿qué son 1.440 minutos? 86.400 segundos. Puesto que la medida se hace incómoda para distribuir un día en minutos, y no digamos en segundos, acudimos a una unidad más grande, y de ahí las horas. Sabemos perfectamente qué son 24 horas, pero… si negociando las cláusulas de un contrato, el entrevistador nos espetara que tendríamos una jornada laboral de 144.000 segundos, ¿firmaríamos sin más, una vez revisadas las condiciones económicas?

Bien, ahora, cambiemos nuestra perspectiva. Y quizás este párrafo pueda sólo servir a aquellos que acudan a un gimnasio habitualmente. Bicicleta estática. Nuestro entrenador nos encomienda la sudorosa tarea de pedalear durante 15 minutos a buen ritmo… ¡Dios mío, si acabo de tomarme el postre! De acuerdo, puede ser un poco duro. Rebajemos el listón. Abdominales (no sé qué son peor). Dejémoslo en dos minutos de abdominales. ¿Que todavía parece mucho? De acuerdo. Un minuto. Un minuto concentrando nuestras abdominales (seguro que me sacan en el próximo capítulo de mi culebrón favorito con el torso al aire). Un minuto, nuestro abdomen al rojo, echando chispas. Un minuto que es una eternidad. Pero, entrenador, ¿cuándo se acabará este martirio?

Sigamos retorciendo nuestro punto de vista. Hagamos un largo viaje hacia atrás en el tiempo. Empieza a hacer calor, ¿verdad? Claro, nos estamos acercando a la gran expansión, mejor dicho, supuesta gran expansión. Está todo tan condensado que es difícil distinguir unas partículas (que no son tales, pero dejemos este asunto para otra entrada) de otras, y el calor se hace ya tan insoportable que ni el jarro de agua fría de la reforma laboral es capaz de calmar nuestro sofoco. Pero el tiempo está tan aglomerado a su vez que los segundos parecen siglos, y por ello somos capaces de observar, maravillados, cómo en el entorno temporal que existe entre 0,000000000001 y 0,0000000000000000000000001 segundos la temperatura ha aumentado o disminuido, dependiendo del sentido de nuestro viaje, la friolera (aunque este sustantivo con aires de calificador no sea precisamente el adecuado) de diez billones de veces. ¡Qué relativo que es el tiempo!

Hace dos fines de semana tuve un reencuentro con mis compañeros de colegio. Imágenes de hace 25 años pasaban por mi registro una tras otra, simultáneas, pisándose los talones. Miradas que han pasado por 25 años de experiencias volvieron a la inocencia de una adolescencia repleta de ilusiones, fantasías y proyectos. Abrazos, besos, risas, recuerdos, palabras escritas en el aire que volvieron a volar y cruzar nuestros sentidos. En cierto sentido, fue como cruzar el espacio-tiempo a través de un portal en el corazón. Sentimientos dormidos que despertaron, escenas imborrables que cobraron vida.

En Programación Neurolingüística acudimos a una herramienta llamada “anclaje” con el objetivo de volver a un estado de conciencia, o consciencia, como prefiráis, en el que nos sentimos conectados con nosotros mismos, y por tanto, capaces para desarrollar aquella actividad que nos bloquea en el estado actual.

Y es que el tiempo es una ilusión, y como tal, podemos manipularla a nuestro antojo. Quizás, con un buen “anclaje”, pero de ello hablaremos dentro de muchos, muchos segundos.

3/4/10

Proyecciones y apariencias

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Aparentamos ser; renunciamos a ser; renegamos de nuestro ser; aparentamos ser, y el ciclo continúa. En vez de ser, y descubrir nuestro ser, impositivamente elegimos (lo que bien podría calificarse de oxímoron) no ser, y aparentar ser. En lugar de la unicidad, la multiplicidad. En lugar de la diferencia, la igualdad. Somos únicos, pero escogemos ser esclavos del discurso, siervos de la colectividad, obreros de la semejanza.

Encadenados en la cueva, destinados a remar hasta la extenuación, numerados y no nombrados, perdidos en la identidad y reconfortados en el colectivo. Muertos vivientes, condenados a ser no ser.

Y ante la impotencia de ser incapaces de ser, la rabia, como reacción. El odio y la agresividad se erigen así en las únicas fuerzas que consiguen despertar a los No Ser del letargo que es la inercia. Mas toda fuerza necesita un medio; uno de ellos, el vehículo, el utilitario, el coche. Una armadura que es espejo, proyección de nosotros mismos. Abanderada de nuestros deseos, intenciones e instintos. Adalid de nuestro ser, y de no ser.

Caballos que nos permiten ser caballeros o infames; soldados de la noble causa o mercenarios de la imbecilidad. El No Ser puede de esta forma quebrantar las normas y leyes enmascarado en su escudo motorizado, atacando a la convivencia, al respeto, a la vida, y a su vida misma, aunque no sea tal sino muerte en vida o vida aparente. El No Ser se crece detrás de un volante; el amo de la carretera. No existen señales, ni líneas; sólo caminos asfaltados en los que circulan otras armaduras a las que abatir, como si de una justa se tratase.

El tiempo. Al pedal, ni agua ni tregua; no hay tiempo. El tiempo es oro. Llegar el primero. No hay normas. No hay leyes. Hay que ser el primero. ¿El primero en qué, pregunto yo? No pasa nada, nunca pasa nada, hasta que sí pasa. Pero claro, mientras tanto, hay que llegar el primero. Y hacerse notar el primero. Y ser el primero en producir ruido. Y ser el primero… en no ser. Ese es su destino. Ser No Ser.

¿Cuál es tu elección, Ser, o eliges la imposición, el oxímoron, de ser No Ser?

31/1/10

Yo no soy…

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… o yo no quiero. Dirigimos nuestra atención hacia la ausencia, la carencia, la nostalgia, el pasado, lo irrecuperable, el desánimo, la desesperación, el odio, la agresividad, el miedo; el adverbio de negación “no” es realmente importante en nuestro lenguaje. Priorizamos lo restrictivo. La negatividad es muy importante en nuestras vidas. Observamos nuestro interior y exterior a través de lentes programadas para alertarnos de todo aquello que deseamos y a quién o quiénes deseamos. Delante de nosotros, tres copas vacías, derrotadas, con su contenido desparramado por el erial que nos consume. A nuestra espalda siguen erguidas, repletas de abundancia, bienes y dichas, dos copas, clamando contra nuestra ceguera y por nuestra felicidad. Un simple gesto para caer en la cuenta de nuestro ofuscamiento; sin embargo, dejamos que nuestra atención continúe fija en la privación, la escasez y la penuria.

Volvamos al “yo no…”; vamos a cambiar ese “yo no soy/no quiero…” por un “yo soy/quiero…”. Parece, en principio, sencillo. Aunque cuesta. El vacío que deja el “no” nos trastoca. Si “yo soy/quiero…” entonces dirijo mi destino, y además, yo soy. Mas si “yo no soy/no quiero…” me doblego a designios y órdenes externas, y yo no soy. Me niego a mí mismo, por tanto. Vivir negando. No vivir.

Somos seres complejos. Biológicamente, mentalmente y espiritualmente. Pongamos nuestra atención, ahora, en nuestro cerebro, ese magnífico ordenador personal hasta ahora no equiparado por máquina alguna. Sí. No existe igual creado por el ingenio humano. Sé que muchos de vosotros pensaréis que estoy equivocado, y me podríais dar cientos, probablemente miles, de ejemplos en los que una computadora supera, aparentemente, con creces la capacidad de procesamiento del cerebro humano. Pensad y reparad en un detalle. Ellas son muy veloces, y nos proporcionan resultados brillantes, y asombrosos para el desconocedor en ese campo del conocimiento. Ahora bien, son tan sumamente excelentes en su trabajo porque concentran todos sus esfuerzos en la consecución de un objetivo, para el que han sido programadas. Volved a pensar y volved a reparar en otro pormenor, que podría nombrarse “pormayor”; sin ser expertos en nada, nuestro cerebro es capaz de proporcionarnos las suficientes herramientas para desarrollarnos como personas, a la par que cuida de que todas las funciones de nuestro cuerpo se mantengan activas para mantenernos con vida. Y si creamos excelencia en un campo concreto del conocimiento seguro que dejaremos en la cuneta a la última creación de los de la manzana o de los de las ventanas.

Nuestro cerebro es el más potente ordenador conocido. Y su lenguaje de programación, el propio lenguaje en el que nos han criado y educado. No se trata de producir oraciones vacías de contenido y llenas de sonoras y positivas promesas. El objetivo es cambiar nuestra manera de percibir tanto nuestro entorno como nuestro interior a través de la palabra. Utilizar nuevos comandos, o los mismos en un orden diferente. Podemos sanarnos con el buen uso de la palabra. Podemos enfermar con el incorrecto uso de la palabra. Fascinante, ¿verdad? Sean estas palabras una introducción que yo doy por válida para un mundo lleno de sorpresas gratificantes: La Programación Neurolingüística, más conocida por sus siglas, PNL.