31/1/10

Yo no soy…

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… o yo no quiero. Dirigimos nuestra atención hacia la ausencia, la carencia, la nostalgia, el pasado, lo irrecuperable, el desánimo, la desesperación, el odio, la agresividad, el miedo; el adverbio de negación “no” es realmente importante en nuestro lenguaje. Priorizamos lo restrictivo. La negatividad es muy importante en nuestras vidas. Observamos nuestro interior y exterior a través de lentes programadas para alertarnos de todo aquello que deseamos y a quién o quiénes deseamos. Delante de nosotros, tres copas vacías, derrotadas, con su contenido desparramado por el erial que nos consume. A nuestra espalda siguen erguidas, repletas de abundancia, bienes y dichas, dos copas, clamando contra nuestra ceguera y por nuestra felicidad. Un simple gesto para caer en la cuenta de nuestro ofuscamiento; sin embargo, dejamos que nuestra atención continúe fija en la privación, la escasez y la penuria.

Volvamos al “yo no…”; vamos a cambiar ese “yo no soy/no quiero…” por un “yo soy/quiero…”. Parece, en principio, sencillo. Aunque cuesta. El vacío que deja el “no” nos trastoca. Si “yo soy/quiero…” entonces dirijo mi destino, y además, yo soy. Mas si “yo no soy/no quiero…” me doblego a designios y órdenes externas, y yo no soy. Me niego a mí mismo, por tanto. Vivir negando. No vivir.

Somos seres complejos. Biológicamente, mentalmente y espiritualmente. Pongamos nuestra atención, ahora, en nuestro cerebro, ese magnífico ordenador personal hasta ahora no equiparado por máquina alguna. Sí. No existe igual creado por el ingenio humano. Sé que muchos de vosotros pensaréis que estoy equivocado, y me podríais dar cientos, probablemente miles, de ejemplos en los que una computadora supera, aparentemente, con creces la capacidad de procesamiento del cerebro humano. Pensad y reparad en un detalle. Ellas son muy veloces, y nos proporcionan resultados brillantes, y asombrosos para el desconocedor en ese campo del conocimiento. Ahora bien, son tan sumamente excelentes en su trabajo porque concentran todos sus esfuerzos en la consecución de un objetivo, para el que han sido programadas. Volved a pensar y volved a reparar en otro pormenor, que podría nombrarse “pormayor”; sin ser expertos en nada, nuestro cerebro es capaz de proporcionarnos las suficientes herramientas para desarrollarnos como personas, a la par que cuida de que todas las funciones de nuestro cuerpo se mantengan activas para mantenernos con vida. Y si creamos excelencia en un campo concreto del conocimiento seguro que dejaremos en la cuneta a la última creación de los de la manzana o de los de las ventanas.

Nuestro cerebro es el más potente ordenador conocido. Y su lenguaje de programación, el propio lenguaje en el que nos han criado y educado. No se trata de producir oraciones vacías de contenido y llenas de sonoras y positivas promesas. El objetivo es cambiar nuestra manera de percibir tanto nuestro entorno como nuestro interior a través de la palabra. Utilizar nuevos comandos, o los mismos en un orden diferente. Podemos sanarnos con el buen uso de la palabra. Podemos enfermar con el incorrecto uso de la palabra. Fascinante, ¿verdad? Sean estas palabras una introducción que yo doy por válida para un mundo lleno de sorpresas gratificantes: La Programación Neurolingüística, más conocida por sus siglas, PNL.