Son las 22.05, lunes, 19 de enero de 2009; el cansancio comienza su turno en mis párpados.
—Un instante más, por favor —digo al Ángel del Sueño.
—De acuerdo, tomaremos un descanso —dijo él, ¡qué iba a decir si no!—. Arcángel del Despertar, sigue con el muchacho, que yo mientras tanto iré a tomarme un café.
Parece ser que me permiten seguir escribiendo, aunque no deja de ser una incongruencia que precisamente el Ángel del Sueño vaya a tomarse un café (será descafeinado, supongo).
La noche, en calma; la mar, quieta. Paz. Extraño. Tanta quietud, frente a tanta ansiedad. Angustia y alivio. El temor ante una situación caótica y descontrolada necesita transformarse en la confianza en lo machaconamente cacareado como la salvación del mundo.
No hay por qué preocuparse. Mañana, sea de día, tarde, o noche, la Salvación entrará en nuestras casas con voz firme, y solemnes palabras. De ahí la calma, de ahí la quietud, de ahí la espera. Tras la calma, la tempestad. ¿No hay por qué preocuparse?
Son las 22.39, lunes, 19 de enero de 2009. El Ángel del Sueño acabó su descanso. Creo que el café, fue café, café.