Ignoro si a Aristóteles, también conocido como el Estagirita, en sus veinte años en la Academia platónica, primero como alumno y después como profesor, se le hubiera podido pasar por su brillante cabeza algo así como que qué mejor Liceo que una cuadriga con uno de los mejores tiros enarbolando a todo trapo un enorme pendón en el que poder transmitir al pueblo sus pensamientos.
Siglo XXI, y del Liceo pasamos al… autobús. Sí, este transporte público no sólo nos lleva de un lugar a otro por un módico precio (que de seguir así la presente situación económica cada vez será menos módico), además nos permite ser filósofos por unos escasos segundos, el tiempo necesario para que nuestra visión recoja la información impresa en unos carteles publicitarios convenientemente adosados a los laterales y traseras de estos vehículos destinados al transporte urbano. Una moda que comenzó en Inglaterra y que va tomando forma en varias ciudades españolas.
He aquí una muestra de la edificante campaña urbano-filosófica que algunas empresas de transportes públicos están incorporando en sus unidades de servicio al ciudadano. ¡Menudo servicio! A continuación, la equivalente anglosajona:
“Probablemente Dios no existe”; vaya hombre, resulta que me tienen que decir en autobús que “probablemente” la existencia de un Ser Supremo es una entelequia, y no en el sentido aristotélico (es decir, la entidad que busca un fin intrínseco a sí misma, realizando sus potencialidades), sino en el de cosa irreal. Y como “probablemente” (no indica si la probabilidad está más cercana a cero o a uno) no existe, pues… ¡Viva La Pepa!, y no precisamente La Pepa de 1812, sino La Pepa del botellón, del aquí no pasa nada, del todo es “Jauja” y del libertinaje. Nada hombre, a “disfrutar la vida” que no hay nadie vigilándote. Y mira, ya puestos, pues sigue sin preocuparte y no cumplas con tus obligaciones, no pagues tus impuestos, y desde luego ni se te ocurra pagar en el autobús. Esos carteles, aparte de ser una blasfemia, es que proclaman la anarquía. ¿Nos damos cuenta o no nos damos cuenta?
Se pierde el respeto. Si se pierde el respeto, se pierde todo. Todo aquello por lo que has trabajado y luchado con el sudor de tu frente se va a hacer piragüismo en aguas fecales. Habrá muchas definiciones de libertad, pero no hay otra igual a esa que nos dice que “tu libertad acaba donde comienza la del otro”. Respeto. Respeto. Respeto. Y luego van y hablan de “tolerancia”. Y es curioso que se emplee el término “Dios”. Hay muchas más formas de dirigirse al Ser Supremo, pero claro, decir “Dios” en nuestra cultura occidental implica más cosas, ¿verdad? ¿Por qué está “permitido” burlarse de la deidad en términos occidentales y estigmatizado si lo hacemos usando otro nombre? A lo mejor es porque los que decimos “Dios” y hablamos de “Dios” tenemos muy claro lo que es la religión, las creencias personales y el concepto de Estado, con sus leyes y normas de convivencia. Porque los que decimos “Dios” y hablamos en términos de “Dios” respetamos, porque sabemos qué es el respeto. Respeto a la vida, respeto a la convivencia, respeto al ser.
Ahora que entre mis libros abiertos figura “Por qué dejé de ser de izquierdas”, de Javier Somalo y Mario Noya, Ciudadela Libros (por cierto, excelente publicación que por supuesto recomiendo), me vienen las palabras de Horacio Vázquez-Rial, quien escribiendo sobre la historia de Occidente nos insta a nuestro deber de estar con el Estado de Israel, pues representa los valores y el modelo de nuestra sociedad occidental. Autobuses con semejante propaganda no son el transporte público de una sociedad de valores. Nuestra sociedad tiene valores, los valores de Occidente, los valores de pueblos y Estados hermanos como el de Israel. ¡No tienen derecho a destruir nuestros valores!