Sea la vida un camino. Ahora, digamos que la vida sea dos caminos. Sigamos con tres. Y así, hasta llegar a «n» caminos. Sea la vida una función de «n», y la representamos con la siguiente notación: v(n). Si conseguimos demostrar que se cumple para «n+1» entonces habremos llegado, por el proceso de inducción, que la vida nos ofrece «n+1» caminos, elecciones, en cada encrucijada, y tras cada una, si la primera proposición es acertada, resultará que encontraremos «p+1» encrucijadas.
En toda decisión hay, fundamentalmente, dos variables, la variable «lógica», y la variable «intuición». Determinar el peso y representación de una y otra en la ecuación es una tarea compleja, y probablemente habría que añadir una constante «k» que modifique la función dependiendo de los parámetros que a todo individuo afectan.
El proceso de toma de decisiones. Cuánto se ha escrito y hablado sobre el mismo. Pero, ¿alguna solución al mismo?
Una vez tomada la elección nos dirán y dirán sobre lo conveniente y no conveniente de la misma. Lógicas abrumadoras que nos perseguirán incesantemente. Intuiciones, solo una, la del elector.
La mente dice, y el corazón siente. Si al decir te acoges, sentirás el frío vacío de la lógica. Si al sentir te subes, sufrirás el acoso de la anterior, pero la Palabra será tu guía.
Lógica e intuición son seres que en armonía pueden coexistir, si ambas respetan su espacio de actuación. Y aquí aparece el operador de la función dada, el operador «Principios».
Y una vez procesada la función, déjala mostrar sus resultados, y vive, dejando atrás los caminos descartados y las encrucijadas pasadas.