Echemos un vistazo a la historia; seamos más concretos: a la Historia; sí, a la Historia de la humanidad, ese conjunto de hechos que se suponen producidos por la mano de ese ser supuestamente inteligente denominado humano. Sí, es cierto, todos pertenecemos a esa taxonomía. Unos más inteligentes que otros, unos más habilidosos que otros, unos más simpáticos que otros, unos más… que otros, pero al fin y al cabo, humanos, seres humanos. Pues bien, si continuamos con el vistazo, sea mediante libros y más libros, o escuchando los relatos de nuestros abuelos, de nuestros padres, incluso viajando en el tiempo (yo estoy convencido de que se puede, incluso viajar al momento inmediatamente anterior al de la firma de tu hipoteca –eso sí que merece la pena, y no ir hacia atrás para liquidar a tu tatarabuelo y evitar haber nacido sólo por la satisfacción de fastidiar a la conocida paradoja; en todo caso, para que éste se hubiese casado con alguna de la familia Rockefeller; hay que ser prácticos, y honestos), continúo, incluso viajando en el tiempo, observaremos periodos de ídem en los que la sociedad convulsiona; el estremecimiento se reduce en unos casos a un declive de la economía, que dura un cierto tiempo, pero que, más tarde, vuelve la alegría, y el mundo de las monedas y finanzas vuelve a su trajín; en otros, éste alcanza a más sectores, creando las condiciones para una nueva sociedad, un nuevo modelo, otro paradigma: es lo que denominamos crisis sistémica.
Entrar en una definición y estudio exhaustivos de la misma no me corresponde; no porque no sea economista, sino porque ya existen magníficos ensayos sobre el asunto y desde mucho antes de la necesidad de la búsqueda de los “brotes verdes”; quizás la mejor fuente para documentarse sea la que representa D. Santiago Niño Becerra; en sus vídeos, que podréis encontrar en Internet, y en sus publicaciones hallaréis valiosa y jugosa información. Por tanto, no es el momento de tecnicismos, ni de explicar los porqués, o el porqué.
Tenía que pasar. Es simple. Tenía que llegar. El ciclo acaba, y con él, patrones y modelos. Para que nazca un nuevo paradigma tienen que cambiar muchas cosas, y eso supone el fin de muchas para el nacimiento de otras. Entonces, si tenía que pasar, ¿hay culpables? Pues los hay, y a su vez, no los hay. Seguimos un camino que así tenía que ser. Elegimos el sendero. Sí, lo elegimos (en pasado, en presente y en futuro).
Un crédito fácil que puso en bandeja de oropel lo efímero del éxito y de la abundancia mal concebida. Tener por tener, en poco tiempo y cuanto más mejor, dejando al margen la calidad. El Ego venció, y la Conciencia perdió. Un gran crecimiento abrumador, pero ficticio, y con sus días contados desde el principio.
A todos tenía que llegar, y donde aún no ha llegado, llegará. Es inevitable.
Ahora, particularicemos. España. Nuestro país. ¿Qué ha ocurrido en nuestro país? Lo inevitable, a todos tenía que llegar. ¿Qué margen nos quedaba, si era inevitable, si a todos nos tenía que llegar? Pues nuestra capacidad de elección, ese era nuestro margen.
La sabiduría popular lo conoce muy bien: tener la despensa llena en previsión de inviernos duros. Pero fueron ocho años en los que el invierno no existía, y todo era verano. Ocho años gobernados (¡ja, gobernados!) por cigarras; todo era jauja; regalaron la jauja; y no conformes con la jauja, añadieron confusión e ignorancia, como eso de “compañeros y compañeras, amigos y amigas”, cambiar género por sexo, o aquello del uso del símbolo “@” como sustitutivo de la unión de las vocales “a” y “o” que nunca existió en nuestra lengua (por cierto, tal signo es una desviación gráfica de la preposición inglesa “at”; tiene su origen en la creación de las direcciones electrónicas, y no significa más que fulanito tiene su cuenta en el servidor tal o cual). Y como todavía no bastó había que ir más lejos, y ya sólo quedó fulminar los valores, la misión, la visión, la cultura, la tradición y la Historia de un país con Historia. La defensa de los símbolos patrios pasó a ser marca de precisamente lo contrario. Dieron de sí, los ocho años.
Sí, la crisis era inevitable, porque es una crisis sistémica. Pero de haber sido gobernados con templanza, consciencia, Conciencia, inteligencia, previsión, control, cultura, Historia, y claro, con ahorro, lo presente habría sido bastante distinto del presente, el panorama hubiera sido diferente, y la crisis, no tan crisis.
Ahora toca discurrir por un laberinto. Más temporal que físico. Mi consejo: todos los laberintos tienen paredes, todos los laberintos ocultan sus calles, pero todos los laberintos tienen un cielo, y al menos, una salida. Nuestra capacidad de elección nos permite disociarnos de la ruta sin guía, elevarnos al cielo, y observar sus calles desde una perspectiva diferente. Es difícil, lo sé, pero ninguna crisis ha sido fácil, y ésta, menos aún, porque en ella interviene un factor que hasta no se ha manifestado en ninguna de ellas: globalización.