Creo estar en lo cierto al afirmar que en estos días que corren y los siguientes se percibe una sensación de angustia en el conjunto de la sociedad. Y no podría ser de otra manera, pues la actual situación atrae vibratoriamente la desazón y el desánimo. Situación que no es ya tal económica, sino financiera, pues el patrón de economía real dejó hace mucho tiempo su puesto al ficticio de las cifras y sus virtuales significados.
Desde hace años me di cuenta de que vivimos dentro de un auténtico engaño, en un sistema que se nutre de la abulia y la ignorancia de las personas, si es que aún lo son, pues dejan de ser de tal condición cuando se pasa a la esclavitud, a la servidumbre de un reducido, o quizás no tanto, grupo de poder, constituido por entes que ostentan, y en ocasiones detentan, este poder. Y el sometimiento es, además, perverso, diabólico, pues el servidor no sabe que sirve, desconoce que es esclavo, ignora que no vive en vida, y que su esencia como persona ya no es tal; no es ser, sino sombra.
Acabo de terminar “Los días de gloria”, de Mario Conde. Magnífica obra, que ya en su día Carlos Dávila, entrevistando al autor con motivo de su espléndida publicación, calificase de “bomba”. Y en verdad que lo es, quizás con un matiz añadido. Bomba de neutrones para todos aquellos que vivían dentro del sistema, para el sistema, y en la ignorancia del sistema. Bomba atómica para todos aquellos que descubrimos con anterioridad que existen nieblas en el sistema y que hay un sistema, pero que hasta la fecha no dimos con nadie que haya escrito tan alto, bien y claro.
La conclusión es inequívoca. Que vivimos en una sociedad que creemos se rige bajo los pilares de la democracia, pero que en verdad sólo (sí, con acento) sentimos como tal cada cuatro años en las urnas, parafraseando a Don Mario Conde. Es una democracia puntual, de dimensión nula, en el que sólo existe en los puntos coincidentes con elecciones a tal o cual cámara representativa. El resto es un entramado que ni la más complicada fractal llegaría a reproducir.
El siguiente en mi lista, “El Sistema”, del mismo autor, y aunque éste (sí, con acento) es previo al anterior, recomiendo que el orden en la lectura de ambas obras sea el inferido, y que, por tanto, propongo; hay ciertas palabras esclarecedoras en el epílogo de la última que encaminan a tal organización en la lectura.
Desde mi modesta posición entiendo con claridad las palabras del autor cuando agradece al sufrimiento su papel de guía en el camino a la verdad dura y cruda, pero verdad. Y también desde ese mismo altozano agradezco al señor Conde el que haya compartido con todos nosotros parte de su vida, que es parte y muy significativa parte de nuestra historia.